Escritos reales y otras publicacioens

Emily Dickinson

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Emily Dickinson


Los poemas de Emily Dickinson, encierran admiración, elogios, aceptación y una clara percepción de que se está delante de una obra digna de apreciar.


¿Qué nos ocurre al leer un poema de ella? Una cacofonía de emociones se entrecruzan en nuestro interior, junto a decenas de expresiones que se manifiestan en el rostro. Y ni hablar de las coincidencias espacio temporales que se llevan a cabo en nuestra mente.


Porque así como una canción nos recuerda a un determinado momento, lugar o a una persona, al igual que, la fragante emulsión de un perfume; del mismo modo, al leer sus poemas, colmados de matices, giros, estructura y una narrativa que nos sumerge en lo más profundo de una experiencia infatigable como comprometida, produce -en nosotros-, un genuino asombro, placer y un inacabable entusiasmo que nos alienta de manera positiva.


¿Lo demás, lo que sentimos y los instantes que nos deja esos ratos de lectura? Dependen del estado de ánimo de cada persona. Y, ¿por qué detenerse solo ahí, cuando lo que podemos descubrir puede llegar a ser -si se lo permitimos-, una experiencia gigantesca como inolvidable. ¡Aventúrate a leer sus maravillosos poemas!


Tienes ese sentimiento, ese anhelo de algo que deseas hacer, y cuando por fin lo sabes. Te das cuenta que quieres leer un poema o una poesía que hable a tu alma o estimule tus sentidos, y te permita vagar por ese increíble mundo de revelaciones, tomado de la mano de alguien que ha comprendido su existencia, y que es capaz a su vez, de navegar a través de un océano inacabable, de oasis y fértiles páramos, cubiertos de un agua que satisface hasta los más sedientos espíritus de la Tierra. Y es que, cuando el suelo endurecido, resquebrajado, vacío de la humedad que entreteje sus raíces más profundas, se encuentra en la vacuidad de una somnolienta desdicha, con urgencia implora a los cielos por lluvia, por ese manto divino de bienestar y refrigerio para que empape de buenaventura y riquezas de abundancia para subyugar al estertor que lo domina y matar la esterilidad de un reino marchito cubierto de aridez y sombras espinosas. Y he aquí la respuesta a ese deseo de leer.


Él era débil y yo era fuerte,
después él dejó que yo le hiciera pasar
y entonces yo era débil y él era fuerte,
y dejé que él me guiara a casa.

No era lejos, la puerta estaba cerca,
tampoco estaba oscuro, él avanzaba a mi lado,
no había ruido, él no dijo nada,
y eso era lo que yo más deseaba saber.

El día irrumpió, tuvimos que separarnos,
ahora ninguno de los dos era más fuerte,
él luchó, yo también luché,

¡pero no lo hicimos a pesar de todo!


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Yo jamás he visto un yermo
y el mar nunca llegué a ver
pero he visto los ojos de los brezos
y sé lo que las olas deben ser.

Con Dios jamás he hablado
ni lo visité en el Cielo,
pero segura estoy de adónde viajo
cual si me hubieran dado el derrotero


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En mi dedo tenía una sortija.
La brisa entre los árboles erraba.
El día estaba azul, cálido y bello.
Y me dormí sobre la yerba fina.

Al despertar miré sobresaltada
mi mano pura entre la tarde clara.
La sortija entre mi dedo ya no estaba.
Cuanto poseo ahora en este mundo
es un recuerdo de color dorado.


Diana Sanders [2022]



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